Ella se ríe fuerte y con ganas, despreocupada, con los ojos
casi cerrados por la fuerza que sus pómulos ejercen hacia arriba, impulsados a
su vez por la fuerza que también ejercen hacia arriba las comisuras de su boca.
Sus dientes se notan, todos. No lo puede evitar y no le importa. No está
pensando en si tendrá algún orégano de la pizza de hace un rato entrometido en
algún rincón, o si se dan cuenta de que sus dos paletas son más grandes que el
resto de los dientes. Simplemente su risa explota y se expande por toda la
terraza, como un fuego artificial de mil colores distintos.
Él se ríe, porque la hizo reír, y las chispitas del fuego
artificial le encendieron todas las cañitas voladoras de su risa, un poquito
menos explosiva que la de ella, pero no por eso menos auténtica.
Los dos van girando según ven que giran los demás, y según
cambia el ritmo de la música. No tienen mucha idea de cómo es el asunto, pero
cada vez que se encuentran en el giro del medio, se miran como si se estuvieran
por decir algo, y cuando se separan, vuelve a explotar la risa. Se miran,
también, sabiendo ambos que están siendo ridículos y que no les importa. *
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