Color my life with the chaos of trouble.


16 ene 2014

La Bici Azul

Me desperté de la siesta y salté de la cama con un doble impulso de correr a cualquier parte. Correr no, mejor. Caminar tampoco porque el acto de caminar se me hace tan desesperante y eterno que se torna insoportable. Si quiero llegar a alguna parte no quiero entrar en la agonía de ver pasar las cosas a mi alrededor con la lentitud de mis pasos. Mis piernas son cortas y mi paciencia también. Así que mejor digamos que me desperté con el impulso de agarrar la bici azul con canastito y bocina, y salir rodando encima de ella a donde sea. Y de verdad, a donde sea es claramente a donde sea. Muchas personas cuando dicen eso, se imaginan al menos un objetivo claro de dónde puede llegar a ser ese espacio común que todos llamamos ‘dónde sea’. Bueno, pero yo no. No sé dónde queda. Nunca me explicaron.
Así que digamos que agarré la bicicleta con la misma bronca que me até los cordones (mal, seguro después voy a tener que hacer un curso para desatármelos) y con la misma violencia que arranqué un par de hojas de un cuaderno y las puse en la mochila, que puse en mi espalda, que puse en ningún lado porque ya está unida a mi cuerpo que senté en el asiento de la bicicleta azul con canastito y bocina después de abrir la puerta, para empezar a pedalear a mi lugar desconocido.
Pedaleé un par de vueltas doblando solo en las calles que tenían nombres que yo desconocía (porque si doblaba por las que ya conocía no tenía nada de ‘dónde sea’ mi ‘donde sea’. Llegué a una plaza que no sé cual era, dejé la bici al lado mío y me tiré en el pasto. Un poco de sol, el necesario, un poco de viento, el necesario, un poco mucho de yo, no gracias, no quería tanto. Pero es lo que me tocó.
Después me puse a pensar en cosas que me gustan, como la cara que hace mi conejo cuando bosteza, las orillas de las pizzas que la gente deja en los platos, y la expresión de complicidad que ponen los repartidores de volantes en las esquinas cuando logran entregarle un volante en mano a una persona y automáticamente parece que se crea un vínculo irrompible limitado a un pedazo de papel entre ellos dos. Es como un instante glorioso que capté una vez por casualidad, parada en la esquina donde paran todos los bondis en el Tokio de Morón, esperando andá a saber qué cosa porque ya me olvidé que era, pero me acuerdo de esa situación como si hubiera sido un momento crucial en mi vida que yo tenía que presenciar y recordar.
En fin, yo me pongo a pensar en todas estas cosas porque tengo bronca. Todos tenemos como un par de métodos para combatir a la bronca. Algunos no pudieron encontrar ninguno y así en la historia aparecieron Hitler, Bush y todos esos. Pero antes de ser Hitler y Bush yo prefiero agarrar la bici azul con canastito y bocina, tirarme en algún retazo de pasto (porque todavía quedan algunos bastante cómodos en el conurbano bonaerense) y pensar en las orillas de las pizzas y todo eso. Qué tiene de mágico yo no sé, pero hace que me olvide automáticamente de las broncas que producen los cortocircuitos negativos de mi cerebro. A veces pienso que mi cabeza es como una impresora. Y que cuando no tengo tinta le sigo mandando a imprimir igual, y empieza a salir todo el papel manchado y de colores extraños y desgastados que no se entienden nada, y después directamente no sale más nada y el papel está en blanco y ya nadie me entiende lo que estoy pensando y quiero decir. El problema es que los cartuchos originales ya se me gastaron hace un par de años y no sé dónde puedo conseguirlos, así que es como un problema que tengo pendiente. O tengo que dejar de mandarme cosas a imprimir hasta que consiga los cartuchos, o tengo que apagar la impresora, una de dos. Y las dos son también un problema porque si dejo de mandar a imprimir, la gente a mi alrededor va a creer que soy una autista (si es que ya no lo piensan) porque no voy a poder hablar nunca más, y si apago la impresora creo que me muero o algo de eso, porque dicen que si el cerebro se apaga te morís y listo. Y me parece que ninguna de las dos cosas están buenas, por lo menos por el momento.
A veces también me pongo a pensar que a todos nos mienten en la cara y no hacemos nada. Por ejemplo, el otro día fui a hacer pis. Siempre que voy a hacer pis, para no aburrirme mientras, leo las etiquetas de composición y esas cosas de los productos que están en el baño. De la nada, agarré una cajita de hisopos que decía ‘CIEN POR CIENTO ALGODÓN, FLEXIBLES E INDESPRENDIBLES’. Automáticamente me surgió la duda; abrí la cajita, saqué un hisopo y me puse a intentar desprender el algodón de los extremos. No me costó NADA sacarlo. Pensé que por ahí era uno que estaba fallado, y ni bien lo tiré saqué otro para hacer lo mismo. Y otro, y otro, y así como diez. A todos se los pude sacar con la misma facilidad. ¡Era mentira! ¡Mentira que son indesprendibles, loco! ¿Para qué mienten? Que te mientan los políticos y los directores técnicos del fútbol, bueeeeeeeeeeno. Pero con los hisopos, ¿qué necesidad hay de mentir?
Y así me colgué en el baño y mi hermana me empezó a golpear la puerta desesperada y todo el mundo creyó que estaba haciendo del dos, y en realidad era eso, que me había quedado comprobando una de las mentiras del universo alojadas en la cajita de hisopos. Después me di cuenta de que mi mamá habrá visto el fusilamiento de los hisopos en el tacho de basura y se habrá preocupado, porque la cajita no la vi más en el baño, y ahora cada vez que queremos usar uno hay que pedirle a ella para que nos diga donde están. Re loco todo.
Hola querida yo. Después de tanto rato de pensar pelotudeces, tengo calor, el pasto se volvió incómodo, quiero volver a mi casa para meterme a la pileta y lavarme los restos de bronca. Así que me paro, me sacudo el pasto del pantalón, agarro la bici, me pongo la mochila, miro alrededor, y otra vez vuelvo a pensar. En las hojas de papel que traje y ni siquiera usé, en que tengo re despintadas y sucias las uñas de las manos, en cómo será una tarde cualquiera en la vida de un testigo de Jehová, y en que creo que estoy evitando el momento de subirme a la bici azul con canastito y bocina porque la peor de todas las incógnitas que tuve en mi vida después de despejar x en matemática, es cómo carajo voy a hacer para  volver a mi casa, si estoy parada en el medio de una plaza en ‘dónde sea’, y no tengo la más pálida idea de dónde es, porque para llegar me creí que era Jack Sparrow usando la brújula esa que te indica dónde quiere ir tu corazón, y ahora no sé ni dónde es que estoy parada porque mi memoria y sentido de la ubicación tienen peor rendimiento que Movistar en año nuevo.
Yo no sé, pero me la juego que esa x, ni Einstein me la sabe despejar.  



Fin