Me desperté de la siesta y salté de la cama con un doble
impulso de correr a cualquier parte. Correr no, mejor. Caminar tampoco porque
el acto de caminar se me hace tan desesperante y eterno que se torna
insoportable. Si quiero llegar a alguna parte no quiero entrar en la agonía de
ver pasar las cosas a mi alrededor con la lentitud de mis pasos. Mis piernas
son cortas y mi paciencia también. Así que mejor digamos que me desperté con el
impulso de agarrar la bici azul con canastito y bocina, y salir rodando encima
de ella a donde sea. Y de verdad, a donde sea es claramente a donde sea. Muchas
personas cuando dicen eso, se imaginan al menos un objetivo claro de dónde
puede llegar a ser ese espacio común que todos llamamos ‘dónde sea’. Bueno,
pero yo no. No sé dónde queda. Nunca me explicaron.
Así que digamos que agarré la bicicleta con la misma bronca
que me até los cordones (mal, seguro después voy a tener que hacer un curso
para desatármelos) y con la misma violencia que arranqué un par de hojas de un
cuaderno y las puse en la mochila, que puse en mi espalda, que puse en ningún
lado porque ya está unida a mi cuerpo que senté en el asiento de la bicicleta
azul con canastito y bocina después de abrir la puerta, para empezar a pedalear
a mi lugar desconocido.
Pedaleé un par de vueltas doblando solo en las calles que
tenían nombres que yo desconocía (porque si doblaba por las que ya conocía no
tenía nada de ‘dónde sea’ mi ‘donde sea’. Llegué a una plaza que no sé cual
era, dejé la bici al lado mío y me tiré en el pasto. Un poco de sol, el
necesario, un poco de viento, el necesario, un poco mucho de yo, no gracias, no
quería tanto. Pero es lo que me tocó.
Después me puse a pensar en cosas que me gustan, como la
cara que hace mi conejo cuando bosteza, las orillas de las pizzas que la gente
deja en los platos, y la expresión de complicidad que ponen los repartidores de
volantes en las esquinas cuando logran entregarle un volante en mano a una
persona y automáticamente parece que se crea un vínculo irrompible limitado a
un pedazo de papel entre ellos dos. Es como un instante glorioso que capté una
vez por casualidad, parada en la esquina donde paran todos los bondis en el
Tokio de Morón, esperando andá a saber qué cosa porque ya me olvidé que era,
pero me acuerdo de esa situación como si hubiera sido un momento crucial en mi
vida que yo tenía que presenciar y recordar.
En fin, yo me pongo a pensar en todas estas cosas porque
tengo bronca. Todos tenemos como un par de métodos para combatir a la bronca.
Algunos no pudieron encontrar ninguno y así en la historia aparecieron Hitler,
Bush y todos esos. Pero antes de ser Hitler y Bush yo prefiero agarrar la bici
azul con canastito y bocina, tirarme en algún retazo de pasto (porque todavía
quedan algunos bastante cómodos en el conurbano bonaerense) y pensar en las
orillas de las pizzas y todo eso. Qué tiene de mágico yo no sé, pero hace que
me olvide automáticamente de las broncas que producen los cortocircuitos
negativos de mi cerebro. A veces pienso que mi cabeza es como una impresora. Y
que cuando no tengo tinta le sigo mandando a imprimir igual, y empieza a salir
todo el papel manchado y de colores extraños y desgastados que no se entienden
nada, y después directamente no sale más nada y el papel está en blanco y ya
nadie me entiende lo que estoy pensando y quiero decir. El problema es que los
cartuchos originales ya se me gastaron hace un par de años y no sé dónde puedo
conseguirlos, así que es como un problema que tengo pendiente. O tengo que
dejar de mandarme cosas a imprimir hasta que consiga los cartuchos, o tengo que
apagar la impresora, una de dos. Y las dos son también un problema porque si
dejo de mandar a imprimir, la gente a mi alrededor va a creer que soy una
autista (si es que ya no lo piensan) porque no voy a poder hablar nunca más, y
si apago la impresora creo que me muero o algo de eso, porque dicen que si el
cerebro se apaga te morís y listo. Y me parece que ninguna de las dos cosas
están buenas, por lo menos por el momento.
A veces también me pongo a pensar que a todos nos mienten en
la cara y no hacemos nada. Por ejemplo, el otro día fui a hacer pis. Siempre
que voy a hacer pis, para no aburrirme mientras, leo las etiquetas de
composición y esas cosas de los productos que están en el baño. De la nada,
agarré una cajita de hisopos que decía ‘CIEN POR CIENTO ALGODÓN, FLEXIBLES E
INDESPRENDIBLES’. Automáticamente me surgió la duda; abrí la cajita, saqué un
hisopo y me puse a intentar desprender el algodón de los extremos. No me costó
NADA sacarlo. Pensé que por ahí era uno que estaba fallado, y ni bien lo tiré
saqué otro para hacer lo mismo. Y otro, y otro, y así como diez. A todos se los
pude sacar con la misma facilidad. ¡Era mentira! ¡Mentira que son
indesprendibles, loco! ¿Para qué mienten? Que te mientan los políticos y los
directores técnicos del fútbol, bueeeeeeeeeeno. Pero con los hisopos, ¿qué
necesidad hay de mentir?
Y así me colgué en el baño y mi hermana me empezó a golpear
la puerta desesperada y todo el mundo creyó que estaba haciendo del dos, y en
realidad era eso, que me había quedado comprobando una de las mentiras del
universo alojadas en la cajita de hisopos. Después me di cuenta de que mi mamá
habrá visto el fusilamiento de los hisopos en el tacho de basura y se habrá
preocupado, porque la cajita no la vi más en el baño, y ahora cada vez que
queremos usar uno hay que pedirle a ella para que nos diga donde están. Re loco
todo.
Hola querida yo. Después de tanto rato de pensar pelotudeces,
tengo calor, el pasto se volvió incómodo, quiero volver a mi casa para meterme
a la pileta y lavarme los restos de bronca. Así que me paro, me sacudo el pasto
del pantalón, agarro la bici, me pongo la mochila, miro alrededor, y otra vez
vuelvo a pensar. En las hojas de papel que traje y ni siquiera usé, en que tengo
re despintadas y sucias las uñas de las manos, en cómo será una tarde
cualquiera en la vida de un testigo de Jehová, y en que creo que estoy evitando
el momento de subirme a la bici azul con canastito y bocina porque la peor de
todas las incógnitas que tuve en mi vida después de despejar x en matemática, es
cómo carajo voy a hacer para volver a mi
casa, si estoy parada en el medio de una plaza en ‘dónde sea’, y no tengo la
más pálida idea de dónde es, porque para llegar me creí que era Jack Sparrow usando
la brújula esa que te indica dónde quiere ir tu corazón, y ahora no sé ni dónde
es que estoy parada porque mi memoria y sentido de la ubicación tienen peor
rendimiento que Movistar en año nuevo.
Yo no sé, pero me la juego que esa x, ni Einstein me la sabe
despejar.
Fin
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