Color my life with the chaos of trouble.


24 may 2011

To get Her

Lo único que tengo para decir es esto:

No me arrepiento de nada.

Quizás hubiera sido mejor si las cosas se hubieran dado de otra forma, pero tarde o temprano todos tienen lo que se merecen. A todos les llega la hora.

Era un día de lluvia, y yo estaba junto a la chimenea intentando leer Romeo y Julieta. Digo intentando, porque no lo conseguía; mi mente divagaba por toda clase de pensamientos paranóicos, y la novela de Shackespeare no era, que digamos, muy emocionante. Nunca me gustó la literatura antigua. Sólo lo leía por pura curiosidad.

Finalmente cerré el libro con un golpe seco, y lo deposité en la mesa ratona contigua al sofá. Es un día terrible –pensé. No puedo parar de pensar en Tom. Mi novio, Tom. Había viajado exactamente hace tres días a la ciudad para ver a su familia. Le extrañaba mucho. Es un buen chico, pero nunca pude dejar de dudar de él. Por lo menos, no después de haber realizado las investigaciones supersecretas.

Resulta que soy una persona muy celosa. Demasiado, en exceso. Y mi novio es un muchacho sociable y atractivo; todas sus amigas se le pegan.

Eso no me gusta ni un poco.

Novio atractivo + amigas cariñosas + novia celosa = desastre.

Definitivamente no es la mejor combinación. Por eso tuve que poner en marcha planes de investigación, ¿no está mal, verdad? No. No lo está.

Tom no sabe nada del hecho. Creo que se enfadaría mucho, pero mis pensamientos me juegan siempre en contra. Averigüé cada cosa sobre sus anteriores relaciones. Él me lo había contado inocentemente. Lo peor es que las conozco, a todas y cada una de ellas.

Una fue en su momento, mi mejor amiga. Ella misma me presentó a Tom; había salido con él en el último año de la secundaria. Él dijo que había terminado con ella porque se había cansado de la relación. Ahora está conmigo, claro.

Las que restan de sus ex novias son solo tres. Las conozco de vista solamente, pero sé que mantienen relación con él hasta hoy en día. Una de ellas concurre a la Universidad con él. En el mismo curso. Comparten el mismo ambiente, el mismo aire.

Eso para mí, no está nada bien.

Las otras dos son historias diferentes. Una fue su compañera de salsa años atrás, en la época en que todavía yo no conocía a Tom. Ya lo ha abandonado, gracias al cielo. Y la que todavía no he nombrado, es la más peligrosa de todas. La rubia cara de Barbie con fallas de fabricación. Es modelo. Piernas largas, el pelo llovido. Odiosa. La conoció por medio de un amigo, fue su última novia antes de mí.

Maldita rubia… ¡juro que la odio! Fue la única muchacha que terminó con él. Por eso es la que más me preocupa. Fíjate, si él terminó con las demás chicas, fue por decisión propia, porque ya no sentía nada más. Pero la rubia terminó con él, cuando estaba muy enamorado. Le destrozó el corazón, y le ha costado mucho superarlo. Yo me retuerzo la conciencia pensando que todavía no lo ha hecho.

Y… ¿qué ironía, verdad? Ahora que Tom está feliz conmigo, la susodicha le persigue y lo acosa todo el tiempo. Sé que ella lo busca, aunque él me lo niega. Pero he leído sus mensajes de texto, he revisado su cuenta de correo, y la he descubierto. Tom jamás le siguió el juego, pero no sé que es lo que realmente siente en el fondo.

Sólo sé que no lo aguanto. Me crispa los nervios, me pone totalmente neurótica imaginar su pasado con ella, y sus labios seductores pegados a los de chico.

Se apodera de mí una furia intensa que me sacude. Y sé donde ella vive, sé a donde va y a dónde deja de ir.

De repente ya no estoy junto a la chimenea; me encuentro siguiéndola por la calle de enfrente. Cruzo y doblo en la misma esquina que ella, y camino sigilosa por detrás. Está claro que se dirige a su casa. El barrio más solitario y ostentoso de este pueblo tranquilo. No hay nadie más que nosotras dos. Nadie más.

-¡Sophie Rice! –no sé que rayos hago gritando su nombre.

La rubia volteó hacia mí, y sonrió.

-¿Si?

Me las arreglé en cuestión de milésimas para inventar una mentira lo suficiente convincente que se me ocurrió:

-Discúlpeme, señorita Rice. El caso es que soy gran admiradora suya –dije, con una gran sonrisa que expresaba emoción, haciendo énfasis en las palabras gran admiradora-. Estaba de paseo por el pueblo la he visto varias veces, y no pude evitar seguirla.

Noté el brillo radiante del ego en sus ojos.

-Quisiera… me gustaría mucho poder hacerle algunas preguntas –proseguí-. Trabajo para la revista Vogue, y creo que podría interesarnos.

La convicción de mis palabras fue tan fuerte que hasta yo misma me lo hubiera creído, de no ser una buena actriz. Sophie Rice sonrió aún más, dejando notar su reluciente dentadura, blanca como la nieve. Apuesto lo que quieras a que eran falsos.

-Sería un placer, señorita…

-Louise Brandeau –dije sin dudar, pensando por dentro que ese estaba muy lejos de ser mi verdadero nombre.

-Bien, señorita Louise. Justamente me dirigía a mi casa, es esa de enfrente –señaló la casa-mansión de rejas blancas que estaba a unos cuantos pasos-. Si quiere, podríamos pasar a tomar el té, y charlar del asunto. Le prometo que le dejaré preguntarme lo que quiera.

Qué ingenua.

-Perfeto –espeté.

En cuestión de minutos estaba dentro de la mansión. Era claro que vivía sola. En el living había un gran banner muy artístico de ella posando en una playa caribeña. Los muebles eran modernos, y estaban impecables como si nadie los tocara jamás. De repente, la ira volvió a estallar dentro mío, cuando eché un vistazo sobre el aparador y encontré una fotografía enmarcada de ella, con Tom. Sí, Tom.

¿Qué demonios hacía eso ahí?

Sophie colgaba su abrigo en el perchero, y no pude resitirlo:

-¿Quién es él? –señalé la foto, intentando disimular la expresión desquiciada que seguramente tendría en el rostro.

-Mi ex novio… por ahora. ¿Es apuesto, no? –se rió de una forma estúpida y continuó-, lo abandoné hace casi un año, por un modelo francés con un trasero espectacular. Estoy tratando de reconquistarlo… ¿qué tienes?, ¡te ves terrible!

Yo estaba fuera de mis cabales, valla a saber qué expresión tenía en el rostro.

-Venga, tomemos un té caliente, debe ser el frío.

La modelo entró como desfilando en la cocina, y yo la seguí. Mientras ella colocaba la tetera al fuego, vino a mi mente una bonita canción. Better Together, de Jack Johnson. Tom me la había dedicado apenas comenzamos a salir. Cuando ella terminó con él, pero él no terminó con ella. Quizás yo debía terminar con ella entonces, ¿verdad?

Better Together. Quiere decir Mejor Juntos, en español. Better To-get-her. To-get-her. Darle-a-ella, en español.

Mejor darle a ella.

Mientras estaba de espaldas colocando cada taza en un plato, Sophie tarareaba una melodía desconocida. Tomé un repasador de la mesada, y empuñé un cuchillo de cocina que estaba cerca.

To get her. Darle a ella

Y así lo hice. Sin musitar, hundí el cuchillo en su costado derecho.

Una vez. Otra. Y otra.

Una de las tazas de té calló al suelo y se hizo pedazos, al mismo tiempo que Sophie Rice se desplomó a mis pies.

No sé por qué sentí un gran alivio. No habían huellas, no había nada. Aún sosteniendo el cuchillo, lo tiré junto a ella y me guardé el repasador en el bolsillo de mi tapado. Iba a quemarlo luego, para borrar evidencias. Así jamás sabrían que fui yo, ¿verdad?

Toda esa sangre… ¿no fue culpa mía, cierto?

No toqué más nada, y volví a casa. Al sofá junto a la chimenea. A la aburrida literatura antigua. Romeo y Julieta apestan.

¿Qué tal si no era solo Sophie Rice? Ella ya no existe, y él no podrá pensar en ella otra vez, pero… ¿qué tal si las otras sí piensan en él ahora?

No pueden hacerlo. No deben hacerlo.

El alivio que sentí al haberme deshecho de Sophie me duró poco, y me invadió la paranoia otra vez. Temblaba de odio imaginando escenas de Tom con sus ex novias en el pasado. Me puse de pie y fui en busca de un vaso con agua para calmarme.

Mentira, los vasos de agua jamás han calmado nada.

Pensé en todas ellas, las que restaban. En la que era mi mejor amiga. Aún manteníamos buena relación. Así que tomé el teléfono de al lado del refrigerador, casi sin pensar, y la llamé para invitarla a tomar el té. Todavía no era tan tarde, así que accedió encantada.

Venía para acá.

Sonreí, casi satisfecha, al mirar el juego de cuchillas profesionales que mamá me había obsequiado hace unos meses, cuando empecé el curso de chefs.

Tranquila –me dije. A todos les llega la hora.

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